Si es verdad que los países expresan en el fútbol su forma de vivir, la selección de Tabárez dejará muchos temas para pensar en el futuro.
El otro día un amigo escribió en su Facebook: ¿la selección progresista?
No hace falta que mencione que el autor de esas líneas es un pertinaz votante del Frente Amplio.
La provocación resultó muy oportuna porque es de esas cosas que están en el aire aunque nadie se atreva a enunciarlas.
¿Existen paralelismos entre el rumbo del país y el de esta selección en la que casi nadie creía? La tentación es enorme.
El presidente Mujica aprovechó para decir que los triunfos mundialistas pueden ser fuente de inspiración para los problemas nacionales.
Anoche las agencias de noticias ensalzaban la “austeridad” de este equipo tanto en la victoria como en la derrota.
Se referían a la representatividad de este grupo de futbolistas que llevan la marca de fábrica de Oscar Tabárez, a quien todos relacionan todavía con su antigua condición maestro en sectores vulnerables.
Con los buenos resultados a la vista, todos estamos más dispuestos a ver las virtudes del técnico, y especialmente después de haber padecido -por todos los medios posibles- la desmesura “maradoniana”.
La selección nos representa esencialmente. Cualquier uruguayo entiende el ascetismo escénico de la selección uruguaya, en su partitura conservadora, en su excelencia defensiva y también en su imposibilidad de manejar la pelota cuando el contrario asedia.
Existe cierta correspondencia entre esa entelequia llamada ser nacional (lo que creemos que somos) y un seleccionado cuya mejor arma es el conocimiento de los propios defectos, y la elevación de sus escasas virtudes.
No es casualidad que en las canchas uruguayas se aprecie más la personalidad que la pericia del futbolista, que se idolatre más un trancazo que una bicicleta.
Nos resulta emocionante que entre nuestros jugadores nadie sea más que nadie, aunque Forlán sea estrella y otros tengan que comprar revistas para ver a Zaira Nara.
Basta ver el alegre fervor con el cual la gente arma campañas por Internet para que la calle Ejido pase a llamarse Egidio Arévalo Ríos.
Si uno quiere seguir en el mundo de las imágenes se podría decir que esta selección progresista tiene hasta su propio Mujica.
El Loco Abreu es el Pepe perfecto, el filósofo de sobremesa, levemente canchero, el “veterano” ajeno a todo protocolo que despierta complicidad y admiración.
Por si fuera poco, habrán visto al Loco hablándole a “su pueblo” en un aviso publicitario. ¿Hay algo más pepista que Abreu en el fútbol uruguayo?
Más allá de estos simbolismos, llamar “selección progresista” al equipo uruguayo y llevarlo al terreno político partidario es recurrir a un oportunismo anacrónico.
Los triunfos de Sudáfrica reforzaron la intuición popular sobre el sentido de pertenencia de esta selección -pobre pero fair play- que nos pinta Tabárez.
Hay que recordar que sus integrantes son más o menos los mismos que perdieron sin ardor republicano ante Perú en las eliminatorias.
Algo pasó entre el segundo partido con Costa Rica y el Mundial
El técnico encontró alguna verdad, eso que los jugadores llaman con simpleza “disfrute con responsabilidad”, una fórmula para desdramatizar el fútbol y conseguir altos niveles de concentración.
Tabárez suele analizar los partidos de fútbol como si fueran sistemas dinámicos.
Para él, la alta competencia es la puja por la prevalencia –sicológica, táctica, física, técnica- de un grupo sobre el otro, con elementos fijos (los jugadores) y variables (las circunstancias de juego).
Un partido es una suma de eventos en un período reglamentario de tiempo.
Esos eventos están regidos por el azar y por la suma de miles, millones de pequeñas decisiones protagonizadas por los jueces y los veintidós jugadores en la cancha.
Tabárez les hizo entender a sus jugadores que no siempre gana el mejor dotado, sino el que mejor sepa capitalizar los momentos anímicos del partido.
El maestro instaló entre los suyos la recuperación de las tradiciones tácticas mezclándolas con planificación deportiva de última generación. Generó un clima en donde no hay lugar para supercherías estadísticas, ni vestuarios esotéricos, ni jugadores indisciplinados, ególatras o perezosos.
En el mundo Tabárez lo único que importa es el momento presente.
Esto supone despegarse de las conquistas o las derrotas pasadas, en el convencimiento de que los partidos de fútbol se juegan solo una vez.
Sólo así puede entender lo que pasó en Sudáfrica-
Sólo así sabremos si fue nada más que una merecida casualidad.
Es decir, si finalmente hemos progresado.