En 1978, el informe Campbell-Johnson quiso transformar al cigarrillo en una herramienta de la selección natural y en un salvador de la economía capitalista.
Por Antonio Álvarez
Hace cuatro décadas la industria tabacalera supo que perdía la pelea.
Que iba a tener que resignarse. Igual que el tipo que fuma.
Tarde o temprano el cuerpo te va a pedir cuentas, como la sociedad suele pedir cuentas a los gobernantes inescrupulosos, a los contaminadores de ríos, a los terroristas que matan civiles inocentes.
El humo estaba comenzando a despejar sus nebulosos beneficios., frente a las certezas científicas que ya comenzaban a golpear al lobby tabacalero con las denuncias por cáncer, enfermedades respiratorias y riesgo cardíaco.
Entonces, la industria puso en marcha una maquinaria financiera para estirar un poco más la lotería del tiempo, igual que los fumadores se someten a los errores de la causalidad para seguir con vida.
Los capitalistas del cigarrillo consultaron a sus creativos. ¿La consigna?: pensar argumentos a favor de la nicotina y el alquitrán.
El resumen de este proceso se puede leer el informe Campbell – Johnson del año 1978, una ingeniería de estrategias montadas por los sofistas corporativos del tabaco.
Sus conclusiones son la prueba de lo maquiavélicos que podemos ser los seres humanos para defender causas que no se pueden detener, ya sea por razones de poder o dinero, o de ambas al mismo tiempo.
Los redactores del documento propusieron soluciones para mitigar aquello que el marketing y los filtros no estaban pudiendo esconder.
En primer lugar, la creación clubes de fumadores –financiados por las marcas- para fomentar la inefable paradoja del tabaquismo responsable, e intentar salir a flote ante la creciente denuncia de la existencia de un fumador pasivo.
Una de las intervenciones sugeridas era promover un código de conducta entre los fumadores con “tono franco y positivo».
Dice el documento: “Tenemos que restaurar la imagen del fumador como una persona extravertida y sociable, y no el ser el neurótico, apestoso y marginal que pintan los antifumadores».
Al mismo tiempo, los publicitarios del tabaco también se inclinaron por medrar con el caos espiritual de la época, asumiendo el cigarrillo como una “droga de relajación”.
Se escribieron así ardientes documentos para defender los poderes del cigarrillo por sobre sustancias como la marihuana, conscientes de la atracción que podría generar el beneficio en una “sociedad estresada”.
Pero aunque parezca increíble, había argumentos más indignantes en el informe Campbell- Johnson.
Algunos de esos planteos son la demostración de que las lecturas equivocadas de Nietzsche y de Charles Darwin no habían acabado con la segunda Guerra Mundial.
El texto plantea una extraña forma de entender el interés público y la supervivencia del sistema capitalista-
«El tabaco –dice el informe- tiene la función social de limitar el número de personas mayores dependientes que la economía debe mantener».
El propio autor del texto reconoce que «obviamente» este argumento «no se puede usar públicamente»-
De todos modos, el creativo desarrolla su estrategia por si alguien no la entendió:
«Con un aumento general de la esperanza de vida, necesitamos algo para que la gente muera. En sustitución de los efectos de la guerra, la pobreza y el hambre, el cáncer, considerado como la enfermedad de los países ricos, desarrollados, tiene un papel que jugar». Esta idea, considerada un «factor psicológico para continuar el gusto de la gente por fumar como algo placentero, aunque sea un hábito peligroso, no debe ser infravalorado».
Actualmente, el informe Campbell está siendo exhibido como una cruel curiosidad ante la sociedad española, que por estos días también discute los alcances de una reglamentación antitabaco.
La persona que fuma ya no lo hace por falta de información.
En todo caso lo hace porque cree que lo peor, la muerte, nunca le pasará a él.
De todos modos sabe que está girando en una gigantesca ruleta rusa, librado a los milagros de la predisposición genética.
El mundo está lleno de personas que han fumado mucho y que alcanzaron la longevidad con buena calidad de vida. Y también hay otro mundo de infortunados que murieron de cáncer o infarto sin haber tocado un cigarro en sus vidas
La verdad científica se renueva cada tantos años. Los gobiernos discuten si el cigarrillo y sus derivaciones son o no un problema de salud pública. Cada país va resolviendo como puede el debate del tabaco. Puede haber o no serios recortes a los espacios para fumadores. Se estimula a dejar el cigarrillo aumentando los impuestos y el precio de venta al público. Las cajillas exhiben serias advertencias para la salud en los envases.
Se trata de un camino de no retorno más allá de juicios contra el Estado de las multinacionales del tabaco.
Son claros e incontrastables mensajes contra el libre albedrío del fumador.
Y en cierto sentido constituye un mensaje kármico para aquellos inspirados mercenarios de Campbell –Johnson que estiraron un poco más la agonía del moribundo.